El «Mercado municipal de Coloane» podría ser el lugar donde hago mis compras, el mercadito de la esquina de mi casa, o bien el de mi barrio o pueblo. Lo cierto es que no podía estar más alejado de mi casa -prácticamente en las antípodas, al otro lado del mundo-. Las posibilidades de que yo llegase a ese lugar eran increíblemente remotas, sin embargo ahí estaba yo. En un lugar al cual no busqué llegar pero estaba destinado a encontrarme con.
Pocas horas antes estaba en las marinas de Hong Kong. Esta fascinante ciudad llena de edificios de altura ubicada sobre unas islas montañosas fue la joya de la corona del Reino Unido en Asia durante décadas. Un acuerdo permitió que esta fuese devuelta en 1999 a China y desde entonces es una ciudad autónoma bajo la tutela de Beijing. Mi plan viaje del día era tomar el ferry rumbo a Macao, otra localidad con pasado europeo -portugués- y circunstancias históricas similares. Si el poderoso imperio británico había cedido la soberanía de Hong Kong, qué exigencias podía tener la mucho más discreta presencia lusa de hacer otra que lo propio y entregar la colonia a los chinos.
La verdad es que no recuerdo los nombres de las compañías de ferry, aún si lo googleara no creo que lo pudiese recordar bien de bien. Simplemente las llamaré «la roja» y «la azul». Tenían valores parecidos y horarios complementarios. Para los que me conocen ya sabrán cuál habré elegido para este trayecto: LA MÁS BARATA por supuesto. Da igual. Embarqué en la elegida y estaba rumbo a destino.
El trayecto de ferry demora una hora y en el camino se pueden ver los islotes que son tan habituales en el mar de Hong Kong. Al adquirir mi pasaje no reparé en dónde llegaría ni lo que habría de hacer. Había visto muy vagamente información sobre restaurantes y poco más, lo que me dejaba poco menos que a ciegas respecto a dónde ir a la llegada. «no puede ser tan difícil» pensé, listo para aventurear un poco.
Al desembarcar me figuré que no estaba cerca del centro de Macao, sino que estaba en la isla de Taipa, que está conectada al anterior por un gran puente. Sin posibilidades de usar internet, intenté descifrar el enigmático transporte público macaense y mis posibilidades para llegar. Atiné a entender que podía llegar al casco antiguo a través de la línea (no recuerdo cuál, llamémosle: ) «18». Pasaban los minutos y no pasaba ninguno. Esperando y desesperando logro divisar el bendito «18» el cual duda en frenar hasta que casi me le tiro encima. Por suerte el chofer frenó y pude subir. Ya estaba en viaje, perfecto.
El recorrido del bus nos llevaba por una avenida que era una suerte del Strip de Las Vegas pero mucho más vacío y con mayor impresión de ser puro artificial. Los jardines estaban elegantemente diseñados y mantenidos. A medida que avanzamos empezaron a sonarme las alarmas cuando noté que íbamos en dirección totalmente contraria a la ciudad. Efectivamente había tomado el «18» pero en RUMBO OPUESTO al que tenía que ir. Me resigné y su puse que en algún punto tendría que dar la vuelta, o bien llegaría al inicio de la línea y podría iniciar el viaje nuevamente como debía ser.
Por fin llegamos a un punto donde el coche se detuvo de manera definitiva. Se bajaron todos y yo seguí al rebaño. Había un cartel que no estaba en chino o inglés sino que estaba en perfecto portugués aunque como verán perfectamente se podía leer en español «Mercado Municipal de Coloane». El tal mercado parecía cerrado pero aún así decidí explorar los callejoncitos de casitas rústicas de estilo chino, con materiales como la madera y papel, amalgamadas con algunas construcciones coloniales de estilo portugués. Como estaba cerca de la costa, podía ver hacia el otro lado de algo que parecía un río muy ancho o pasaje estrecho de mar. Era la bahía de Tai Van y al otro lado estaba China, con la belleza de lo prohibitivo, al menos para mi pasaporte desprovisto de visado.
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El centro histórico de Macao me parecía un lugar surreal. Los carteles de las ruas con sus nombres de origen asiático daban lugar a la mistura de lo familiar y lo extraño. No encontraba un punto de comparación -¿el barrio chino de Sao Paulo tal vez?-. La huella portuguesa se remontaba a cinco siglos atrás y se reflejaba en sus edificios y callejones. La cartelería naturalizaba sonidos que tenía incorporados pero no lograba oir. Era la voz de un legado que se iba disipando y dejaba paso a otro nuevo.
Tenía hambre y era hora de buscar un lugar para almorzar. Uno de mis objetivos era probar la cocina portuguesa que había visto en tripadvisor, puntualmente en un restaurante «O Santos» que tenía buenas valoraciones y aparentemente su propietario era un portugués hincha del Benfica de Lisboa. Como buen uruguayo que soy, el fútbol era una carta fácil para romper el hielo y acaso lograr una conversación.
El problema era que «O Santos» estaba cerrado por el día y debía buscar una alternativa. No fue difícil. Encontré un restaurante de cocina sino-portuguesa, seguí más o menos la instrucción que logre desde el punto donde encontré acceso libre de wi-fi, deambulando un poco por callejones hasta que di -creo, nunca lo sabré- con el lugar en cuestión.
Rápidamente fui presentado la carta del lugar en la cual se podían leer los platos en chino, inglés y portugués. Entre las opciones había mariscos y pescados varios, delicias propias del mar de la China. Satisfecho con la situación llamé a la moza y en perfecto portugués le pedí el platillo de mi preferencia. La cara de la moza diciendo «no entiendo nada» fue un baldazo de agua fría a mis expectativas. Recurrí al mucho más global lenguaje de apuntar con el dedo acompañado con un tímido «this«, a lo que me contestó «oh yes, okay, okay» dándome a entender que manejaba un inglés turístico elemental como para ahorrarme la pena de no saber chino.
Caminando por las calles empedradas de Macao pude reflexionar y concluir más precisamente como averiguaría después, que a diferencia del Inglés de Hong Kong, el portugués de Macao es solo cosa de la oficialidad. Prácticamente nadie en Macao lo habla y solo aquellos quienes trabajan en la administración deben saberlo hasta cierto punto por su carácter de idioma oficial. La mayoría de los Macaenses hablan chino cantonés, con el inglés en un confortable segundo puesto para lidiar con el turismo y los negocios.
Para terminar mi aventura por Macao me dirigí de regreso hacia el puerto, esta vez el del centro. En el camino iba pasando por los grandes casinos incluyendo el famoso Gran Lisboa. Tenìa la intriga de saber si en los casinos chinos se jugaba poker, pero todas las mesas estaban repletas de jugadores de baccarat. No ví una sola mesa con juegos de poker. En definitiva, Macao es eso. Un gran casino para cientos de miles de chinos donde hay monumentos de todo el mundo, pero aunque sus locales no lo entienden, sus paredes hablan en portugués.